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Círculo Bondessem. Parte 3

"La herencia"


En la primera carpeta estaba el caso de mi hermano, pero no eran los documentos policiales, era una investigación del Círculo Bondessen que contenía datos de la persona que lo había atropellado y sobre cada uno de los que participaron en el asesinato, un plan encabezado por Isabel Gonçalves, la primera ministra actual de Portugal. Todo me resultaba muy extraño, Samuel era pediatra, trabajaba en el Centro de Atención Primaria de un pequeño pueblo de Barcelona en el que también vivía, y, que yo supiera, no tenía ninguna vinculación política.


Me sentí abrumada y me invadió un dolor enorme, pero tomé fuerzas y continué abriendo las carpetas, las cuales me develaron más engaños. Mi madre no había fallecido de cáncer y mi padre no nos había abandonado por otra familia, ellos habían sido algunos de los fundadores de aquella sociedad y cuando mi hermano los descubrió pasó a formar parte de sus actividades secretas, motivo por el cual acabaron con él.


Amelia Gutiérrez, mi madre, era genetista y Francisco Dietrich, mi padre, era biólogo. Según la información que tenía ante mis ojos, habían sido secuestrados, torturados y asesinados; mi madre por el equipo de Wilson Harrison, presidente anterior de los Estados Unidos, y mi padre por Amber Kasner y su séquito del Consejo Europeo.

Era demasiado todo lo que estaba averiguando, no podía aceptarlo como una realidad. Lo negaba, lloraba, gritaba, y aún así seguía leyendo. Me preguntaba qué podía hacer yo con todo eso, si era una simple periodista de treinta y siete años que escribía críticas sobre espectáculos para un periódico local. No tenía grandes ambiciones, apenas estaba reponiéndome de la pérdida de mi bebé en el cuarto mes de embarazo y la siguiente ruptura con mi pareja. Emocionalmente no estaba con fuerzas para nada crucial en mi vida.


Había pasado 40 horas despierta y se me cerraban los ojos. Me tumbé en el sofá y luego de pensar por un rato, pude dormirme. Pero sucedió algo inexplicable, pues al despertar, no tenía idea de qué hora era ni de dónde estaba. Me encontraba recostada en el suelo de una habitación pintada de naranja en la que solo había una silla y una mesa. No escuchaba ningún ruido. Me sentía mareada y muy cansada, casi al punto de no poder moverme. Tenía mucho miedo, pero el agotamiento era tal que mis latidos no se aceleraban.


Una persona encapuchada entró a la habitación con un vaso de agua y me dijo que beba. Su voz era femenina, desconocida para mis oídos. Le pregunté ¿Quién eres? Ella me contestó que no podía develar su identidad pero que no me haría daño. Me costaba volver a hablar, pero logré reponerme y le pregunté porqué me habían llevado allí, a lo que respondió que ya vendría la persona encargada y me explicaría todo. Otra vez se me cerraron los ojos, en realidad, creo que me desvanecí.


No sé cuánto tiempo había pasado cuando desperté por segunda vez, alguien estaba tocándome el brazo. En esta ocasión pude incorporarme fácilmente. El hombre que me despertó me preguntó qué había hecho con el chip, sin pensarlo le contesté que no sabía de qué me estaba hablando. Entonces me advirtió que si no colaboraba tendrían que acabar conmigo, a lo que le respondí que no entendía qué estaba sucediendo, que seguramente se habrían confundido de persona porque yo solo me dedicaba a escribir para un periódico.


Nos quedamos en silencio por unos minutos. Al igual que su compañera, llevaba el rostro cubierto por una capucha. De repente sale de la habitación pronunciando las siguientes palabras: «te lo hemos advertido», y comienza a emitirse un sonido ensordecedor que hacía que me retorciera de dolor físico. Era como si mil cuchillos se estuvieran clavando en todo el cuerpo. Fueron unos segundos insoportables en los que grité, intenté salir de allí con todas mis fuerzas, pero terminé cayendo al suelo sin poder moverme.



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