Laura había sucumbido a los encantos de Juan. Era su tercer mes de noviazgo cuando ocurrió algo que, por mucho tiempo, ella había asumido como un hecho paranormal.
Ese viernes había dado clases de baile todo el día, por lo que a la noche no quiso salir ni con amigxs ni con su novio; solo necesitaba descansar. Cuando le dijo esto a Juan, que la había invitado a una fiesta el día anterior, se mostró molesto, primero insistiendo y luego reaccionando distante. Laura le preguntó si se había enfadado, pero él contestó que no, aunque cortó rápidamente sin siquiera despedirse. Ella no se había quedado tranquila, así que lo llamó varias veces sin obtener respuesta, dejándole mensajes en el contestador hasta que el cansancio la venció y se quedó dormida. Este tipo de reacciones eran nuevas en su relación, por lo que Laura estaba un poco confundida, pero tampoco se imaginaba que se tratara de algo realmente grave.
A las cuatro de la madrugada se despertó por el fuerte sonido del timbre de su casa; era Juan, que después de la fiesta había decidido ir a visitarla. Al ver que era él, Laura se puso contenta y abrió la puerta sonriente y dándole un gran abrazo, sin saber que minutos más tarde estaría a punto de perder la vida.
Al entrar, Juan comenzó a buscar por cada rincón de la casa sin explicar qué es lo que pretendía encontrar. Laura notó que había algo raro en él, sus gestos y sus movimientos eran violentos, su mirada estaba perdida y no emitía palabra. Ella lo seguía preguntándole qué estaba pasando, pero no lograba llamar su atención, él solo continuaba abriendo cajones y desordenando todo.
Entonces, encontró una caja en el armario que estaba abajo de todo, detrás de los zapatos. En esta había cartas y fotos de la hermana de Laura y de amigas, pero también una foto de su ex novio.
Juan se volteó para mirarla con furia. Sus ojos parecían haberse tintado de rojo y la expresión de su rostro se volvió como la de un lobo hambriento a punto de cazar a su presa. Laura sintió el impulso de salir corriendo, pero sólo pudo alejarse unos centímetros, pues su novio la había cogido fugazmente del pelo para luego arrastrarla unos siete metros. La llevó desde el dormitorio hasta el comedor, moviendo bruscamente todos los muebles y trastos que se encontraba en el camino, hasta que la arrinconó en el suelo mientras la pateaba con las puntas de sus botas tejanas y le gritaba todo tipo de insultos, sobre todo ¡puta!
Intentando protegerse, cubriendo sus piernas con los brazos, Laura pensaba que había llegado su final, hasta que, por unos segundos, dejó de recibir golpes y escuchó pasos alejándose. Levantó su cabeza, que hasta entonces la tuvo prácticamente metida entre las piernas, y pudo ver cómo Juan se acercaba corriendo con un cuadro de cristal entre sus manos, el cual estrelló en la cabeza de la mujer que había confiado en él y le había abierto la puerta, creyendo que pasarían una bonita noche de amor.
Laura, ensangrentada y paralizada por el miedo y el dolor, no podía ni siquiera hablar, mucho menos gritar para pedir ayuda. La sangre en su rostro tuvo cierto efecto en Juan, quien por un momento se sentó en una silla que estaba cerca y después de observarla fijamente, miró hacia el suelo y comenzó a llorar preguntándole porqué lo había engañado. Este momento fue un oasis para Laura, que pudo comenzar a pensar en una manera de escapar. Pero esta tranquilidad no duró mucho, pues en unos instantes, Juan cogió una plancha que había en la mesa, la enchufó y le juró que le arrebataría la belleza con la que ella lo había hipnotizado.
Juan medía 1,92 m, era de contextura grande y musculoso. No era fácil escapar del torbellino de ira en el que se había convertido ese enorme cuerpo. Pero en un abrir y cerrar de ojos, Laura se animó a salir de la habitación y corrió hacia la puerta. Como la plancha estaba enchufada entre medio de las sillas, Juan no pudo desconectarla fácilmente, por lo que la dejó en la mesa y saltó hacia ella antes de que pudiera escapar, pero una fuerza sobrenatural surgió en su interior y cogiéndolo del brazo, le dio una vuelta en el aire haciendo que cayera fuertemente en el suelo y se quedara inmovilizado, logrando llegar hasta la calle.
Cuando se percató de que estaba libre, corrió desesperada hasta la casa de su vecina y amiga Alejandra, quien, al verla, se había quedado sin palabras. Laura no creía en supersticiones ni nada religioso, pero le aseguraba que un demonio había entrado en el cuerpo de Juan y que ese era el motivo por el que casi la mata. Su amiga la escuchaba mientras intentaba limpiarle la sangre y curarle las heridas, pero con una verborragia adrenalínica, Laura solo narraba el guion de una película de terror.
Alejandra llamó a la policía y estos fueron a buscar a Juan, pero tardaron aproximadamente unos cuarenta minutos y ya no lo encontraron. Al interrogar a Laura, los oficiales (dos hombres y una mujer) sonreían por lo bajo mientras ella les explicaba lo que había pasado de una forma incomprensible, sin coherencia alguna y explotando en llanto entre frase y frase, por lo que, faltos de paciencia y empatía, los oficiales solo le repetían que debían ir a la comisaría a poner la denuncia, pero Laura continuaba en estado de shock y parecía no escucharlos; y aunque su amiga les rogó que intentaran localizar a alguna persona experta en casos de crisis emocional, se rieron de ella y le dijeron con tono burlesco que sería en vano, que la convenza para denunciar porque, por lo visto, esto no pasaría.
Finalmente los policías se fueron y a Alejandra no le quedó otra opción que intentar tranquilizarla ella misma y levantarla para ir a buscar un taxi que las acercara al hospital más cercano. Afortunadamente, una doctora comprometida y sensible pudo estabilizar a Laura y conversar de lo que había sucedido con más tranquilidad. Después de haber curado sus heridas y proporcionarle algunas medicinas para equilibrar su estado emocional, llamó ella misma a la policía en nombre de la institución y exigió que le tomaran declaración allí mismo, debido a que por su estado Laura tenía que quedar ingresada.
Unas horas más tarde la madre de Laura estaba junto a ella. Alejandra pudo contactarla cuando la situación estaba un poco más controlada. Mirta entendía perfectamente por lo que había pasado su hija, dado que su ex marido las había malteado a ambas por años. Aunque era una mujer muy converssdora, se había quedado sin palabras, pues sentía que nada de lo que pudiera decirle podría hacerle olvidar lo que había vivido. Así que, simplemente la abrazo y la acarició durante horas, dándole el mejor consuelo y el apoyo más grande, que no necesita de palabras, sino de acciones, y que quedan registrados en la memoria para toda la vida, curando los males de un recuerdo que cada vez que aprecia, actuaba como cien navajas clavándose en el corazón.
コメント